lunes, 21 de febrero de 2011

Cosa de Perros

Hace ya casi dos años, un 4 de marzo, mi mamá me llevó a adoptar un perro que en una veterinaria habían recogido de las calles. Era un French Poodle de aproximadamente 18 meses, con el pelaje recién recortado y cuya familia estuvieron buscando durante tres semanas. (Ese mismo que ven ustedes en la fotografía)

Seguramente él ya tenía un nombre cuando lo conocimos, pero ahora responde cuando le gritamos "Vale".  Fue un perro muy curioso desde el principio, sólo lo dejaron salir de su jaula y un segundo después se había echado a mis pies.

Desde el primer momento tuvo sus curiosidades, aunque ya era grande tuve que enseñarlo a no hacer sus necesidades en casa, le gustaba subirse a los sillones como todo buen perro, pero algo que me hacia reír mucho era su encaprichamiento por seguirme a todos lados de una forma casi exagerada. Me paraba al sanitario y me seguía y esperaba por mi pegado a la puerta, caminaba a la cocina por agua y él iba tras de mi, cualquier mínimo paso que diera era seguido por él que no descansaba hasta asegurarse de que estuviera quieta en un lugar.

Tanto era su afán por seguirme, que un día sólo por probar, me puse a darle vueltas a la mesita de centro de la sala del antiguo palacio, a la espera de que cuando se diera cuenta de lo que hacia se detendría a verme dar vueltas como boba, pero no. No paró hasta que yo lo hice estando ya medio mareada. "Tonto" le decía y me daba mucha risa.

Pues bueno, ahora después de dos años de que el Vale entró en mi familia descubrí una nueva curiosidad. Sus conceptos de adentro y afuera. Mi perro duerme en un pequeño patio, donde además de aposento funciona como lugar de castigo cuando hace alguna travesura y yo le grito "Salte". Cuando está en el patio suele estar de malas, acostado o empujando la puerta para que lo dejemos entrar, sin embargo si yo salgo a lavar o arreglar el jardín el lugar se vuelve más placentero para él y, aunque la puerta este abierta de par en par, se queda jugueteando ahí. Nunca había llamado mi atención ese hecho tan común, sin embargo un día que iba yo a podar el pasto, lo metí en casa y cerré la puerta para que no entrara el ruido de la podadora. Me sorprendió la mirada triste de mi perro y comenzó a patear la puerta para que lo dejara... "entrar".  "Pero si ya estás adentro" pensé, y él seguía pateando.

Siempre pensé que por lo pequeño del patio, dejarlo entrar en la casa era algo a´si como un privilegio para él porque no le gustaban los lugares pequeños, nunca se me ocurrió pensar que lo que a él no le gustaba era que una puerta nos separara sin importar quien estuviera del lado más espacioso. Estar adentro era un privilegio porque estaba conmigo... si no estaba yo no tenia encanto, era como estar afuera solo en el patio.

El entorno carece de importancia cuando no hay con quien compartirlo... y mi perro, con todo y sus "tonterias" lo entendía mejor que yo...

Me pregunto... ¿Cuántas cosas sabrá él, que yo ignoro?

2 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Aunque solamente supiera eso, es suficiente para entender que es sabio.

Melian Tsukino dijo...

Amiga, cuando uno no tiene con quien compartir las cosas buenas de la vida, en realidad no tienen ese sabor que nos llena; pero recuerda que de igual manera, si uno no se tiene a si mismo, no importa con cuantos lo compartas, seguirán si saber a nada. .

Te amo mi preciosa princesita