Fui madrina de una hermosa niña hace quince días, antes de que el mosquito fatal entrara en mi vida.
Y pasó algo muy curioso...
Me di cuenta de otra parte de mí que, aunque es de mi total agrado, me ha traído problemas...
Sonreír siempre, bromear, dejar la vergüenza para los cobardes y bailar cuando quiero me hace lucir una beba. No es que en realidad me importe, ó sí, lo hace en la medida en que es de mi desagrado como las personas actúan ante eso. ¿Me explico?

Chicos, las personas alegres somos personas también, no monos de circo ni niñas de ocho años. Tengo 21, es cierto, soy joven, pero no una niña. No me trates como si fuera tonta sólo porque me he parado a ver como una hoja es arrastrada por el viento, o porque pregunté el nombre de algo que desconozco (¿acaso lo sabes tú?) o porque me detuve a recoger una basura a media calle que yo no tiré (¡Hey! ¡Si todos lo hiciéramos México sería un lugar más limpio!) o porque canto en voz alta cuando a lo lejos me llega una canción que me gusta, ver caricaturas tampoco es sinónimo de inmadurez, ni ser capaz de participar en una fiesta de pijamas con las primitas que te adoran y son felices sólo por tenerte ahí.
¡Esto es un tratado de protesta!
Por todas aquellas veces que personas que me importan me han mirado con la frase "déjala, pobrecita" en la mirada.
Pero también lo es de agradecimiento, para todos aquellos que son capaces de valorarme como mujer aun cuando vaya corriendo detrás de la hoja que arrastra el viento, porque saben que sí, esa que corre soy yo, pero también saben que soy mucho más que eso.